Al principio solo hubo tierra y agua. Largas extensiones yermas y áridas cubrían toda Kilneda. Durante incontables eras, solo los ríos y los mares horadaban la roca, amoldándola a su voluntad. Hasta el primer advenimiento.
Cuando la Primera Semilla de la Entidad cayó sobre las
vastas llanuras, un gran brote nació. Sus raíces se extendieron bajo la
superficie, a lo largo y ancho del planeta, y de ellas surgieron nuevos
pimpollos por todo el mundo.
Extensos bosques y praderas ocultaban el suelo, antes
inerte. Ni las zonas más frías ni las más cálidas escaparon del eterno verde
invasor, que llegaba desde lo más profundo de la tierra hasta lo más alto de la
roca.
Algunos
de esos gigantescos tallos crecían y serpenteaban por la tierra, abriéndola en
dos a su paso, otros se arremolinaban sobre las montañas, constreñiéndolas y
agujereándolas con sus raíces. De estos tallos surgieron cuatro grandes
árboles, que coronaban el mundo con su grandeza, y de ellos nacieron las cuatro
Bestias primordiales.
En
lo más profundo del montañoso bosque Medot, se erguía sobre una colina el mayor
de todos los titanes arbóreos, un coloso verdeante que vigilaba el mundo. En su
interior, entre venas nudosas de savia y vida, una gran criatura empezaba a
despertar. Cuando llegó el momento, el árbol se abrió en dos, y de él, nació un
gran lobo, que en las leyendas sería llamado Fis, las Fauces Eternas. Fue el
primero en correr por el mundo, cruzando con velocidad vertiginosa los grandes
prados y saltando entre las enormes ramas de los bosques.
En
el norte, las frías montañas rodeaban un lago sobre el cual se había alzado la
madera con una gran corona cerúlea. La Influencia chisporroteaba entre sus
hojas y del rocío que se formaba en ellas nació el rió Lism. Y de los jugosos frutos
que se amontonaban al caer sobre la tierra surgió Kaleidan, el Aliento Arcano, el
gran dragón azul que más adelante sería el maestro de todos los hechiceros.
Al
sur, en las Galin, un cúmulo de toscas montañas ocultaba casi mimetizado un
gigantesco árbol pétreo, pues su corteza era de roca y sus hojas eran de nubes.
Desde el primer Advenimiento, en su interior una bestia jabalí con cuatro
grandes colmillos arremetía una y otra vez contra las paredes, desgastándola
poco a poco, hasta que un día, Boj, los Colmillos Incensantes, cargó contra el
mundo, esculpiendo la roca con sus constantes placajes.
Entre
los lugares de nacimiento de Fis y Kaleidan se encontraba un gran árbol cuyas
raíces habían salido de la tierra y habían impedido que nada más proliferase
allí, en el futuro, aquel lugar sería testigo de cruentas batallas, y como si
de un acto de la providencia se tratara, para constatar que aquel desierto no
vería más que destrucción, un rayo impactó contra la copa del gigante árido. El
fuego se extendió por todas y cada una de las ramas, y en su interior, de las
cenizas y el polvo nació Rartrix, la Nube Cinérea, un fénix cuyas alas
flamígeras se dice que envolverán toda Kilneda en el Fin de los Días.
El
tiempo pasó, y la manifestación de las Bestias Primordiales redujo el
crecimiento de la Primera Semilla. Los árboles y plantas más grandes cayeron bajo
su propio peso, como recuerdo de que toda vida llega a su fin, excepto la cuna
ardiente de Rartrix, que siguió ardiendo durante eras, inconsumible,
irrefrenable.